GUZMÁN, Inés María, El violín debajo de la cama (Madrid,
Vitruvio, 2012). Es un interesante poemario dedicado a Javier Espinosa (con
prólogo de José Infante). El retrato del poeta/personaje es muy certero y tiene
algunos momentos memorables. En otras ocasiones, se redunda en el tópico. Me
cuesta trabajo ser objetivo por mi implicación personal con Javier, aunque creo
que es lo mejor que ha escrito su autora: Temblando
como un pájaro / esta tarde ha llegado. / Era mi amigo. / traía una camisa
clara de algodón / sobre el cuerpo tan frágil y tan fuerte. / Entre sus manos,
como siempre / unas blancas cuartillas.
MONTILLA MARTOS, Ángel L., A estas alturas (Sevilla, Círculo Rojo,
2011). El título juega con la altura de la vida y la altura física del viaje en
avión. Tiene conexiones con la poesía de la experiencia (la reflexión
metafísica y el uso de la primera persona), pero también coquetea con el
malditismo progre de los ochenta. El mejor poema (a pesar de sus evidentes
caídas de ritmo) es “Consejo vital”, en línea con el Machado de “Retrato” y el
Vallejo de “Piedra negra sobre una piedra blanca”: Como a estas alturas / comienza ya a preocuparte / el otrora tan
lejano, tan ajeno asunto, / me regalo y te regalo un buen consejo: / procura
morir en primavera”.
VILLENA, Luis Antonio de, Proyecto para excavar una villa romana en el
páramo (Madrid, Visor, 2011). Es un libro de memorias que redunda en los
clásicos temas villenianos: la belleza adolescente, la pulsión del deseo, el
entorno familiar y social más o menos literaturizado…, pero también un regreso
a esa manera de escribir que cimentó su fama allá por los años ochenta. Me
siguen gustando la “naturalidad” del lenguaje y, a la par, su inocente
heterodoxia: ¿Qué fue de aquellos dulces
chicos / de mi juventud, cuando yo apenas tenía treinta años? ¡Ay, ese tango
de Gardel pasado por un Cernuda manriqueño!
GARCÍA, Txus, Poesía para niñas bien. Tits is my bowl
(Sevilla, Cangrejo Pistolero Ediciones, 2011). Soplo de aire fresco (por
lo directo e irreverente) en las ñoñas aguas de la poesía española contemporánea.
El sexo de la mujer (y sus deseos), sin tontos tabúes tan políticamente
correctos, está presente de principio a fin del poemario. La mujer, al fin,
vuelve a ser objeto de deseo (y además, de otra mujer). ¿Se le permitiría a un
hombre firmar estos versos sin ser considerado un detestable machista?: Masculinas, femeninas, intersex, andróginas,
/ solteras, casadas, monjas, viudas, enamoradas. / Ellas. / Todas. / Mierda. /
Me gustan todas. La vida misma.
JORDÁ, Eduardo, Tulipanes rojos (Madrid, Visor, 2011). Poemario correctísimo que ha recibido el IX Premio Emilio Alarcos. La
estructura de los poemas es el clásico: breve anécdota que sirve como excusa
para una reflexión ética, moral o existencial. El tono de los poemas, a pesar
del evidentísimo oficio de su autor, no pasa de una triste grisura teñida de
trascendentalismo; eso sí, con algunos aciertos expresivos: Si no existen las flores grises, / ¿cómo
pueden estar aquí, / al otro lado de la ventana?
GARCÍA, Álvaro, Canción en blanco (Madrid, Visor, 2012). Largo (y único) poema que ha merecido el XXIV Premio Fundación Loewe. A
pesar de estar concebido a la manera clásica, una canción de amor teñida de
reflexiones sobre la memoria y el olvido, se utilizan recursos propios de la
poesía del silencio (los dos puntos que introducen brevísimas, y agudas,
definiciones: amar: abandonar el hábito
del daño) e incluso efectivas (y barrocas) metáforas: dedo que es más joya que su anillo. Aunque es muy complicado
mantener la tensión poética en un poema tan largo (una propuesta atrevidísima para
los tiempos que corren), no resulta difícil encontrar versos destinados a
permanecer en la memoria: No importa
tanto aquí un significar / las palabras anidan por su aroma. Pero ya nos
acercamos a la metapoesía.
SIMÓN PARTAL, Alejandro, Nódulo noir (Sevilla, Renacimiento,
2012). Segundo libro del autor. Más maduro que el anterior (El guiño de la chatarra), tiene
momentos estupendos. Recoge la herencia de los poetas del 70 (el culturalismo asumido),
de los 80 (esa querencia por la cotidianeidad), de los 50 (el afán de
trascendencia y algunos recursos vanguardistas), pero también el asombro, la
curiosidad y la desorientación de un poeta joven: Vivir resbalando es una forma / de evitar la caída.
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